CIUDADES SOBRE RUEDAS
El mal urbanismo que con el que han crecido muchas de nuestras ciudades es el más fiel reflejo de cómo funciona la sociedad en la que vivimos. Esta sociedad del bienestar fue puesta en marcha por avispados economistas, que nos han hecho creer que consumir sin límites era la gran panacea del siglo XX. Todo son prisas y todo es para ayer. Quedar a merced de este desbocado consumismo, es lo que nos ha llevado a padecer una de las mayores crisis de la historia.
Rescatando un pasaje del Principito quizás podamos ver pequeñas gotas de sabiduría, que hoy en día se echan bastante de menos:
“-¡Buenos días! -dijo el principito-.
- ¡Buenos días! -respondió el comerciante-(Era un comerciante de píldoras perfeccionadas que quitan la sed. Se toma una por semana y ya no se sienten ganas de beber)
- ¿Por qué vendes eso? -preguntó el principito-.
- Porque con esto se economiza mucho tiempo. Según el cálculo hecho por los expertos, se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
- ¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
- Lo que cada uno quiere…
‘Si yo dispusiera de cincuenta y tres minutos -pensó el principito- caminaría suavemente hacia una fuente…”
El tiempo es un invento de la humanidad para tener la sensación de que controlamos nuestras vidas. Lo más triste es que este ritmo frenético con el que las malvivimos, cada vez se ve más reflejado en las ciudades que hemos creado. Éstas se han convertido en máquinas de consumir sin ningún tipo de control. Consumir recursos, consumir territorio y sobre todo hacer consumir a la sociedad un urbanismo vacío y alejado de cualquier lógica y cordura. Todo ello, ha hecho que nuestras ciudades hayan crecido a golpe de talonario. En este despropósito también han colaborado muchos arquitectos, actuando como mano ejecutora de una alianza político-inmobiliaria. De esta forma, en múltiples ocasiones el dinero es quien ha decidido cómo y cuándo nuestras ciudades debían crecer. Ese dinero que no existe, pero que los bancos nos hacen creer que es nuestro, ha servido para macizar nuestras ciudades como si de un depredador de territorio se tratase. Así, todos los ahorros (presentes y futuros) de los ciudadanos se entierran en una vivienda que nace bajo las premisas de tipologías ya caducas y obsoletas.
Nuestros pueblos y ciudades se han ido muriendo lentamente por dentro, mientras que por fuera crecían como la espuma. Para ser justos hay que reconocer que todo no se ha hecho mal, y que hay excelentes ejemplos de sensato urbanismo, pero es insultante la gran cantidad de crecimientos urbanos inconexos, que para nada hacen ciudad, y que son fiel reflejo de las palabras de Tonunucci, en su magnífico libro la ciudad de los niños, “La ciudad como ambiente unitario, como ecosistema, diría hoy un ambientalista, está desapareciendo y se está convirtiendo cada vez más en la suma de lugares especializados, autónomos y autosuficientes”. Viendo esta triste realidad parece mentira que a muy pocos le ha importado cómo debían haber crecido nuestras ciudades y ahora, con el mal hecho, tampoco tiene mucho sentido la extirpación del tumor. Sería peor el remedio que la enfermedad.
¿Pero cómo se ha ido forjando este urbanismo de charanga y pandereta? La ciudad se ha doblegado al poder del sector automovilístico. El peatón ha dejado de ser el protagonista del espacio público, para pasar a ser el coche el auténtico rey de la calle (convertida en una jungla), pensando que colmaría todas nuestras necesidades. Pero el tiro salió por la culata, porque esta apuesta por el vehículo privado es lo que ha llevado al ciudadano a tener que sufrir innumerables atascos en sus ciudades y a respirar constantemente aire contaminado.
Hemos dado prioridad a las grandes autopistas, trenes de alta velocidad y carreteras que han destrozado increíbles paisajes, para nuevamente querer llegar siempre a la velocidad de la luz de un sitio a otro. Al hilo de esta idea rescatamos las palabras de Schumacher “Mientras que la gente, con un tipo de lógica superficial, cree que tras los transportes rápidos y las comunicaciones instantáneas se abre una nueva dimensión de libertad, pasan por alto el hecho de que esos logros también tienden a disminuir la libertad (…), salvo que se adopten políticas y medidas conscientes para mitigar los efectos destructivos de esos avances tecnológicos”. Esta prisa que se apodera de nosotros parece no tener límites ni atender a razones como el coste ecológico y económico que suponen este tipo de acciones.
No parece mala idea recordar las palabras de Jan Gehl “Mi consejo a las ciudades, y podría aplicarse a cualquier ciudad del mundo, es sencillo. Que intenten tomar a la gente de su ciudad en serio. Más en serio, justo tan en serio, como tradicionalmente han tomado a los automóviles”. Estamos convencidos que con el simple cambio de jerarquía en la importancia que le damos a la relación peatón – trasporte privado, nuestros pueblos y ciudades serían infinitamente mas humanas y habitables.
Autores: STEPIENYBARNO
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